miércoles, 20 de octubre de 2010

La espera se alarga

A la espera de que me contestes, vivo aferrado a la idea de que no me has olvidado. Sin embargo, no existes. Todos los días me levanto temprano con la esperanza de ver ahí, dentro de ese espacio virtual, una carta, una nota o un mensaje siquiera que me muestre que aún vives. Me paso todo el día conectado a un chat, platicando con una computadora y esperando que sea tu "yo" virtual quien aparezca conectado y me responda. Hay veces que lo veo, y me pregunto si será prudente hablarle en este instante. Hay días que lo intento, sólo para comprobar que no hay respuesta. Esto es lo que me mantiene vivo, pensar que aún hay alguien que puede conectarse con tu nombre, y ese alguien eres tú. Sin embargo, no responde mis mensajes, no se ha tomado un segundo de su vida a mandarme un correo electrónico. Y mientras yo sigo atrás de este aparato analizo que el mundo se ha vuelto tan impersonal que ahora hablamos con computadoras. Ya no somos seres humanos, somos avatares de internet y cuentas de correo electrónico. Hemos desplazado el trato personal y humano y pensamos que nos comunicamos con seres humanos reales, cuando a mí me pareciera estar hablando con una serie de secuencias aleatorias las cuales generan una respuesta coherente con mi pregunta.
Luego, la impotencia de verte ahí, de hablarte, de no obtener una respuesta y al final del día ver cómo desapareces de la lista de usuarios conectados. Y entonces volveré a intentarlo, a mandarte un correo, un mensaje, una nota que te advierta que un ser virtual del otro lado de la tierra sigue vivo, está esperando una respuesta tuya, quiere saber de ti, saber que al menos estás viva.
Me he convertido en una persona que odia la tecnología. Nos ha hecho dependientes de respuestas instantáneas y por ello, nos ha hecho desesperados. Antes la espera era más larga, no lo dudo, pero uno sabía que debía esperar, ser paciente. Hoy con tanto adelanto tecnológico sabemos que la responsabilidad de espera es ante todo del usuario, no de los medios. He comenzado a odiar a los usuarios que son incapaces de tomarse cinco minutos de su vida para responder un correo, para escribir diciendo que están bien. Ellos tienen en sus manos la vida de una persona que está detrás de una computadora esperando que un ser virtual responda sus dudas. Tú tienes en tus manos mi vida, pues es tu respuesta la que sigo esperando.

lunes, 4 de octubre de 2010

La leyenda del elefante

Soy como un elefante fiel detrás de la mítica ilusión que los autores de novelas épicas han llamado amistad. ¿Quién es realmente tu amigo? Es aquella persona que sabe todo sobre ti, y aún así es incapaz de destruirte con esa información. Tengo dudas sobre esta definición, fue muy correcta cuando la escuché de quien la mencionó en su momento. Además se refería a mí. Yo tengo toda la información sobre esta persona, y nunca podría utilizarla para destruirla. Esta persona tiene toda mi información, y aún así no logró discernir muchas cosas, no hubo síntesis.
Conocer a una persona durante el proceso llamado vida debe implicar tener memoria para las cosas buenas y las malas. Nuevamente hubo una equivocación, nuevamente fallé. La gente no tiene memoria. ¿Es falta de interés? ¿Será que a mí me han dotado de una memoria inmensa que me perjudica? La solución era sencilla: si el patrón se repite, intenta modificarlo. Es sencillo, no tiene más complejidad que esa. Pero si eres incapaz de recordar que el patrón se ha vuelto a repetir una y otra vez, jamás podrías cambiarlo.
Cada cabeza es un mundo, cada quien tiene una forma de pensar, de disfrutar, diferente. Eso es lo que nos enriquece como seres humanos, aprender de los demás. Eso complica además las relaciones sociales. No podemos pretender que el otro piensa o siente igual que nosotros. Esto lo debería saber el amigo. El amigo no sólo tiene la información sin querer destruirte, sino que la acepta, la hace suya e intenta indagar más para acrecentar ese interés por ti. El amigo es un elefante fiel, que está detrás de ti, porque cuando lo necesitas saltaría. Se implica y se compromete. No pide mucho a cambio. Te quiere como eres y no trata de cambiarte a su imagen y semejanza. Nota, te quiere, no te ama. El amar y el querer no son iguales, pregúntenle a José José.
¿Por qué de pronto hago esta reflexión sobre la amistad? Quizás es que sigo empeñado en definir lógicamente lo que no se puede, pues sólo se siente. Quizás sigo dudando mucho de mí mismo y mi capacidad como amigo. Quizás es sólo que nuevamente me tomé el tiempo de pensar y reflexionar sobre este valor. Quizás porque de nuevo me surgieron a la mente mis memorias de elefante.