Conocer a una persona durante el proceso llamado vida debe implicar tener memoria para las cosas buenas y las malas. Nuevamente hubo una equivocación, nuevamente fallé. La gente no tiene memoria. ¿Es falta de interés? ¿Será que a mí me han dotado de una memoria inmensa que me perjudica? La solución era sencilla: si el patrón se repite, intenta modificarlo. Es sencillo, no tiene más complejidad que esa. Pero si eres incapaz de recordar que el patrón se ha vuelto a repetir una y otra vez, jamás podrías cambiarlo.
Cada cabeza es un mundo, cada quien tiene una forma de pensar, de disfrutar, diferente. Eso es lo que nos enriquece como seres humanos, aprender de los demás. Eso complica además las relaciones sociales. No podemos pretender que el otro piensa o siente igual que nosotros. Esto lo debería saber el amigo. El amigo no sólo tiene la información sin querer destruirte, sino que la acepta, la hace suya e intenta indagar más para acrecentar ese interés por ti. El amigo es un elefante fiel, que está detrás de ti, porque cuando lo necesitas saltaría. Se implica y se compromete. No pide mucho a cambio. Te quiere como eres y no trata de cambiarte a su imagen y semejanza. Nota, te quiere, no te ama. El amar y el querer no son iguales, pregúntenle a José José.
¿Por qué de pronto hago esta reflexión sobre la amistad? Quizás es que sigo empeñado en definir lógicamente lo que no se puede, pues sólo se siente. Quizás sigo dudando mucho de mí mismo y mi capacidad como amigo. Quizás es sólo que nuevamente me tomé el tiempo de pensar y reflexionar sobre este valor. Quizás porque de nuevo me surgieron a la mente mis memorias de elefante.
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